Siempre he tenido en la cabeza la importancia de un mundo diverso, la necesidad de aprender a respetar al otro sabiendo que cada uno es como es. La necesidad de una escucha activa, sin prejuicios, con una mente crítica pero abierta al cambio si el discurso lo merece. Es algo que he aprendido porque me lo han enseñado, que cuestioné en mi adolescencia y lo hice mío por estar firmemente convencida de ello.

Cuando mi papel pasó a ser el de madre todo se esfumó, y es que hay algo que me recome por dentro y que no puedo comprender. ¿Por qué no respetamos a los bebés? Igual más de uno piensa que perdí la cabeza, voy a intentar explicarlo en pocas líneas.

Asumimos que hay adultos que comen más que otros, es más, uno mismo no se fuerza a comer todos los días la misma cantidad en todas las comidas, hay días que te despiertas con más hambre, desayunas más cantidad y picoteas mientras preparas la comida y nadie te mira con mala cara si comes menos. Pero los bebés no, no tienen el mismo derecho, ellos tienen que comer todos los días la misma cantidad, pero no sólo eso, sino todos los días casi las mismas comidas con las mismas verduras de siempre, con las mismas frutas y si no tiene muchas ganas, mamá se las ingenia para cantarle, pasearle o bailarle unas sevillanas si hace falta; peor, pasa a ser una situación agobiante que pone de uñas a todos. ¿Por qué? ¿No hay bebés inapetentes? ¿No hay bebés que se despiertan sin ganas de comer? ¿No hay bebés a los que no le gusten las judías o la zanahoria o el plátano?

Y el sueño, ¿qué me decís del sueño? Yo no sé vosotros, pero duermo en pareja, no duermo sola habitualmente y me gusta dormir acompañada. Era bastante dormilona, pero si tengo que hacer cosas del trabajo hay días en los que me acuesto más tarde. En general me encanta la siesta (con Julia imposible), pero hay días que no puedo y otros no me apetece. Sin embargo, los bebés tienen que dormir solos, y si no lo consiguen «hay que dejarlos llorar para que aprendan». Todos los días tienen que dormir sus siestas sea como sea, aunque haya venido la abuela, o la prima o la amiguita…

La palabra que más se les repite es el «no». No pueden tocar nada, no pueden jugar con las cosas de mayores porque las rompen, no pueden comer con las manos porque se ensucian, no pueden dormir con mamá o que los cojan mucho porque se acostumbran, no los puedes tener en brazos hasta que se duerman. No pueden y no pueden tantas cosas…

Al final decidí que tenía que respetar a Julia, aunque haya cosas que no las haga yo así o no me gusten del todo, dentro de que «sean razonables». Así que nunca más dije lo de una cucharadita más o esta es la última; se sienta con nosotros a la mesa y lo prueba todo, juega con la comida y se suele manchar bastante. Si un día no quiere comer la dejo y luego le ofrezco más tarde. Tiene sus rutinas, pero si un día no se puede o ella decide que es mucho más interesante descubrir cómo se desabrochan los cordones, la dejo cinco minutos más. Hemos reorganizado la casa para no tener que decir que «no» a todo, lo que no puede tocar no está a su alcance o está protegido, y el resto, que experimente.

Si todos los adultos no son iguales, imagino que todos los bebés son diferentes, únicos e irrepetibles. Con sus gustos y sus peculiaridades, los habrá morenos, rubios, comilones, inapetentes, dormilones, activos, curiosos, pasotas… ¿Entonces?